miércoles, 13 de febrero de 2019
PROGRAMA JORNADAS ESPIRITUALIDAD
Casa de Espiritualidad “Diego Hernández” de Elche
Estimado hermano en Cristo:
Como
cada curso, convocamos a todos los adoradores de la diócesis y otras personas
que podáis invitar de vuestras parroquias, a participar en estas Jornadas de retiro espiritual en las
que fundamentalmente dedicaremos el tiempo a alabar al Señor, mientras recibimos
las enseñanzas de los insignes ponentes que han tenido a bien aceptar la
invitación para impartir las enseñanzas de los temas que se citan en el
programa.
Te
ruego encarecidamente que des difusión en vuestras respectivas parroquias y
círculos de amistad para que toda persona sedienta de Dios pueda inscribirse y
beneficiarse con todos nosotros de la formación que vamos a recibir.
Con
el fin de hacer provisión de todo lo necesario para la comida, cena y desayuno,
os ruego que comuniquéis a la secretaría de este consejo por e-mail o por
teléfono, el nombre y apellidos de los asistentes y la parroquia de
procedencia, hasta el día 19 del corriente.
PROGRAMA DE
ACTIVIDADES
SÁBADO
12:00
horas Llegada al centro e inscripción
12:15
horas Visita colectiva al Santísimo Sacramento
12:30
horas Conferencia, EL ADORADOR AL SERVICIO DEL REINO DE DIOS, ponente D.
José María Pérez Basanta
14:30
horas Comida de hermandad
16:30
horas Conferencia, EL CORAZÓN DE JESÚS, CENTRO DE LA VIDA CRISTIANA, ponente
Monseñor D. Ginés Ródenas Murcia.
18:15
horas Descanso café
19:15
horas Conferencia, LA EUCARISTÍA, SACREMENTO PRIMORDIAL, ponente Rvdo. D.
Francisco Vegara Cerezo, Consiliario del Consejo diocesano.
21:00
horas Cena de hermandad
21:45
horas Reunión preparatoria de la Vigilia guiada por D. Luis Lorenzo Sanz
Peñalver, Delegado de la Zona de Levante del Consejo Nacional
22:00
horas Santa Misa con vísperas, a continuación, Vigilia ordinaria según el
manual de la Adoración Nocturna.
DOMINGO
08:30
horas Rezo de laudes
09:00
horas Desayuno
09’30
horas Rezo del Santo Rosario por los jardines del Centro
10’00
horas Conferencia. Ponente Hermana de Pro Eclesia Santa
Orihuela
a 8 de febrero de 2019
El
secretario
Andrés
Javaloy Estañ
Por
teléfono, de 17 a 20 h Andrés 626 91 92 17, a cualquier hora Alonso 657 89 46
62.
Lugar
de las Jornadas: Casa de Espiritualidad “Diego Hernández” de Elche.
Días
23 y 24 de febrero. El donativo de asistencia a las Jornadas es de 60 euros por
persona en habitación doble, suplemento en habitación individual 5 euros,
asistencia sin habitación 45 euros.
lunes, 11 de febrero de 2019
“SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR”
“SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR”
“SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR”
La mente humana no descansa
y no puede ser recluida.
Está siempre en
funcionamiento, todas las horas del día, pensando en algo, soñando con algo o
temiendo algún acontecimiento futuro con miedo y angustias reales, a veces. Uno
puede aprender a controlar esa actividad, puede encauzarla, pero no puede
detenerla.
Puede parecer que el tiempo
no pasa, pero la mente humana nunca se detiene. Si una hora se puede convertir
en una eternidad, la mente del hombre es capaz de llenar cada uno de esos
segundos con miles de pensamientos, miles de preguntas, miles de temores. No
tiene otra cosa que hacer que rumiar una y otra vez mi vida pasada y mis
temores futuros, con mucho tiempo para la reflexión y preguntas.
El alma que por fin reconoce
sus faltas tal y como fueron y es condenada a la pérdida del cielo,
constantemente atormentada por los reproches y desgarrada porque ahora ve,
entiende y desea lo que ha perdido para siempre, pero sabe que está condenada a
carecer de ello a causa de sus propias elecciones, sus propios fallos, sus
propias faltas. La duda y el miedo empiezan a filtrarse en su autoconfianza. Es
entonces, cuando recurrir a la oración de un modo especial, puede
ayudarle a reconciliarse con Dios, a recuperar lo perdido, pedir perdón
en el sacramento de la reconciliación (la confesión), meditar, reflexionar,
hacer examen de conciencia, rezar, alabar, cantar (“el que canta ora dos
veces”), a contemplar al Señor y sobre todo a entender y aceptar la voluntad de
Dios.
La oración no elimina el
dolor físico ni la angustia psíquica. Pero sí proporciona cierta fortaleza
moral para sobrellevarlos con paciencia , hasta su sanación o recuperación. La
oración es la que más te puede ayudar en cualquier momento de dificultad y te
ayuda con la fuerza del Espíritu Santo a perdonarte y perdonar a aquellos que
te hacen daño y rezar por ellos. Porque, purificando tu oración, aprendes a
despojarte de todo aquello que significa buscarte a ti mismo. Rezas por ellos
porque comprendes que “ellos también son hijos de Dios, y seres humanos
necesitados de su bendición y de su gracia diaria”. Aprendes a dejar de pedir
por ti y a ofrecer los sufrimientos, los dolores,.., por tantos otros como en
el mundo sufren agonías o males mayores.
La oración te ayuda a no preocuparte
por el mañana, que comerás, con qué te vestirás, sino a buscar el reino de Dios
y su justicia, su voluntad para mí y para toda la humanidad. Esa es la clave, y poco a poco, irás experimentando
lo perfecta que es la oración del Padre
Nuestro. “Hágase Tu Voluntad”.
“Señor, enséñanos
a orar”,dijeron los
discípulos, y el Señor respondió explicándoles toda la teología de la oración
en los términos más sencillos, exhaustivos en su contenido pero concebidos para
que los emplearan todos los hombres sin distinción. La mente humana no hubiera
podido elaborar un modelo de oración mejor que la que el mismo Señor nos dejó.
Comienza
poniéndonos en presencia de Dios. Dios Todopoderoso, que ha creado todas las
cosas de la nada y las mantiene en su existencia hasta que vuelvan a la nada,
que lo rige todo y lo gobierna todo en el cielo y en la tierra según los
designios de su propia providencia. Y, sin embargo, ese mismo Dios Todopoderoso
es nuestro Padre, que nos ama y cuida de nosotros como hijos suyos, que nos mantiene en
su amorosa bondad, nos guía con su sabiduría, vela por nosotros cada día para protegernos del mal, nos da el alimento, nos vuelve a acoger con los brazos
abiertos cuando, como el hijo pródigo, malgastamos nuestra herencia. Igual que
un padre guarda a sus hijos, así él nos guarda del mal: porque el mal existe en
este mundo. Y, si nosotros esperamos de su corazón de Padre que nos perdone, Él
espera que nosotros le imitemos perdonando a sus otros hijos, nuestros
hermanos, sean cuales sean sus ofensas.
El padrenuestro
es una oración de alabanza y acción de gracias, una oración de petición y de reparación. Sus frases breves y sencillas abarcan
toda relación entre el hombre y su Creador; entre nosotros y nuestro Padre
amoroso del cielo. Es una oración para cualquier momento, para cualquier
ocasión. Es, al mismo tiempo, la oración más simple la más profunda. Podemos
meditar de continuo cada palabra y cada frase de la fórmula sin agotar nunca
planamente su riqueza. Si fuéramos capaces de traducir cada una de sus frases en las obras de
nuestra vida diaria, seríamos tan perfectos como nuestro Padre del cielo desea
que lo seamos. La oración del Señor es verdaderamente el principio y el fin de
todas las oraciones, la llave para cualquier otra forma de oración.
Si pudiéramos
vivir siempre conscientes de que somos hijos de un Padre celestial que nos
contempla sin cesar y que desempeñamos un papel en su creación, todos nuestros
pensamientos y nuestras obras serían oración. Entonces acudiríamos
constantemente a Él, estaríamos pendientes de Él, le preguntaríamos, le
daríamos gracias, pediríamos ayuda o imploraríamos su perdón cuando caemos. Y
toda oración comienza precisamente ahí: poniéndonos en presencia de Dios.
La oración, la
auténtica oración, es comunicación, y solo tiene lugar cuando dos personas, dos
almas, se hacen de alguna manera real y mutuamente presentes. La fe nos enseña
que Dios está en todas partes, que está siempre con nosotros, pero solo si
acudimos a Él. De ahí que seamos nosotros quienes debemos ponernos en presencia
de Dios, nosotros quienes debemos acudir a Él con fe, nosotros quienes hemos de
superar una imagen para creer –para constatar- que estamos en presencia de un
Padre amoroso siempre dispuesto a oír nuestras historias infantiles y a
responder a nuestra confianza de niños.
La conversación
con Dios surge con facilidad siempre que sentimos que Dios está presente en el alma. Pero la mente del hombre se distrae
también muy fácilmente: es más, se engaña muy fácilmente. Es capaz de pronunciar
las palabras prescritas y las fórmulas más devotas con la misma facilidad con
que un perro <<dice>> que quiere comer: ha aprendido qué tiene que
hacer y utiliza la fórmula adecuada. Esas fórmulas repetidas no son –ni en sí
ni por sí mismas- más oración que los ladridos emitidos por el pobre perro.
Puede que Dios oiga y entienda, igual
que nosotros oímos y damos de comer al perro: de ha establecido una mínima
comunicación y Dios no deja de recompensar ningún esfuerzo. Pero, desde luego,
no hemos aprendido a rezar de verdad.
La auténtica
oración –como he dicho- tiene lugar cuando logramos encontrarnos en presencia
de Dios. Entonces cualquier pensamiento se convierte en padre de una oración y,
con mucha frecuencia, las palabras resultan superfluas. Esta oración es absorbente. Una vez que la has experimentado, no
puedes olvidarla nunca. Y no me estoy refiriendo a ninguna gracia mística
extraordinaria. Me refiero únicamente a la conversación con Dios, al desbordamiento espontáneo del alma que ha llegado a darse
cuenta de que es un niño pequeño a los pies de un padre amoroso y providente.
La abalanza y la acción de gracias brotan de manera natural, así como las
preguntas, las peticiones y los pensamientos acerca de los amigos y de sus
necesidades, mezcladas con sinceras confesiones de las faltas y con sencillas
promesas de hacer en el futuro solo lo que Él quiere de nosotros.
A veces , por la
gracia de Dios, esos momentos de luz y de oración sobrevienen inesperadamente.
Pero, por lo general, la oración exige un esfuerzo por nuestra parte. Hemos de
aprender, como aprendió el mismo Cristo, a apartarnos de cuanto nos rodea si
queremos estar a solas con el Padre. El Señor se retiraba al desierto, a la
montaña, al campo, separándose de sus apóstoles, de sus discípulos y de las
muchedumbres que le seguían, para orar al Padre. Y, más aún en nuestro caso,
resulta más fácil encontrarse a solas con el Padre si nos hallamos físicamente
solos, si podemos retirarnos a un lugar tranquilo donde recoger nuestros
pensamientos.
Porque la
infatigable mente del hombre, nuestro principal instrumento en toda
comunicación humana, es también nuestro principal obstáculo para la oración. La
mente parece tender de manera natural a la distracción, y no al recogimiento.
Prefiere ser libre, vagar incesantemente, captar cada idea nueva y explorarla
en todas direcciones en lugar de encauzar su atención en una sola dirección y
detenerse allí. Quiere estar siempre ocupada, en constante funcionamiento,
sumida en sus preocupaciones, recordando, haciendo planes y organizando,
previendo y argumentando, indagando y preguntando; y, en nuestro intento de
rezar, incluso suplantando a Dios y contestando a cada una de nuestras propias
peticiones, interviniendo de uno y otro lado de lo que pretende ser una conversación
divina. O bien se inflamará de orgullo, impaciencia, rencor, resentimiento u
odio cuando menos lo deseemos; se sentirá agraviada u ofendida, culpable o
desalentada cuando estamos a punto de alcanzar nuestro objetivo. Algunas veces,
e incluso muy a menudo, el tiempo que hemos reservado para la oración se nos pasa simplemente luchando por
controlar nuestra mente incansable, por recoger nuestros pensamientos y centrar
nuestra atención en Dios. Y en esas ocasiones resulta útil y consolador recordar
dos cosas: (1) que es Dios
mismo quien ha iniciado esa conversación, inspirándonos para que dediquemos un rato a la oración; y (2) valora nuestros esfuerzos por responder y los bendice.
Para orar es
esencial la perseverancia. El hombre mortal es una criatura peculiar compuesta
de cuerpo y alma, de manera que nuestro esfuerzo por controlar la mente a menudo pueden ir unidos al
esfuerzo por controlar el cuerpo. Relajar el cuerpo y la mente invita al
esparcimiento. Somos seres de costumbres y, a veces, adoptar una postura que
tradicionalmente asociamos a la oración puede ayudarnos a conseguir cierto
autocontrol que lleva más rápidamente al recogimiento. Es más, ese esfuerzo,
esa perseverancia, son manifestaciones de nuestro deseo de responder a las
inspiraciones divinas y de hacer su voluntad. La actitud de insistir una y otra
vez en nuestra búsqueda de Dios y de su voluntad en la oración es en sí misma
una gracia y una bendición con importantes consecuencias. ¿Qué otro fin tiene
el hombre en la vida que no sea el de hacer la voluntad de dios? Y todo
esfuerzo por seguir en todo momento las indicaciones de su voluntad es en sí
mismo una gracia y una bendición de consecuencias nada insignificantes.
Si logramos
unirnos a Dios en la oración, descubrimos claramente su voluntad y solo
desearíamos conformar nuestra voluntad a la suya. De ahí que sea cierta la
afirmación de nuestros esfuerzos más infructuosos por lograr la unión con Dios
en la oración son, sin embargo, un esfuerzo por responder a la inspiración y a
la gracia que nos invitan a orar; son, por lo tanto, esfuerzos por conformar
nuestra voluntad a la suya y por cumplir sus mandatos. Y la perseverancia en
los esfuerzos es, en el peor de los casos, la práctica del hábito de encontrar la voluntad de Dios en todo momento y en todas las cosas.
Autor: Walter J. Ciszek.
"Caminando por valles oscuros"
Memorias de un jesuita en el Gulag.
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